Recurrimos a otro de los
platos clásicos del verano.
Una deliciosa sopa fría
vinculada a las comidas derivadas de los fermentos lácteos, muy comunes en los
países del arco oriental del mediterráneo y su entorno.
Los ingredientes bastante
sencillos.
El peino y el yogur con un
acompañamiento de aceite, algo de ajo y eneldo.
El yogur es un producto
ancestral que aprovecha la fermentación del azúcar de la leche para aumentar su periodo de
consumo.
El ácido láctico que se obtiene de este proceso permite prolongar su
conservación de forma natural.
El yogur se encuentra prácticamente extendido por todo el mundo, se encuentra en cualquier lugar
donde haya una cabra o una vaca a la que ordeñar.
Este ingrediente, tan común
en nuestra dieta habitual merece algo de nuestra atención.
Se trata de otra de las reliquias gastronómicas que sigue con nosotros prácticamente intacta, otro compañero de la historia del hombre.
Las últimas investigaciones
nos hablan de unos 7.000 años.
Su origen está localizado en
la actual Bulgaria, la tierra de los Tracios, donde se tienen noticias de su
consumo desde hace unos 4.000 años.
No es difícil pensar que se
pudiera deber a la fermentación de los odres de piel de animales que dio lugar
a esa leche agria que empezó a ser habitual en el consumo cotidiano.
Pero este sencillo proceso
químico ha tenido consecuencias muy importantes para la alimentación del ser
humano.
La bacteria que permite la obtención del yogur es enormemente saludable
al tener la capacidad de anular la proliferación de otras bacterias nocivas
para la salud, hasta el punto de formar parte del secreto de la eterna juventud.
Hacia principios del siglo
XX se identificó a la bacteria causante de esta alquimia prodigiosa por parte
de un científico búlgaro que estaba inquieto ante la longevidad de los
campesinos de su país.
El descubrimiento del doctor
Stamen Grigoroff fue
presentado en el instituto Pasteur en 1.903 con todos los honores que se
merece.
La ciencia daba un paso
firme, aunque no exento de cierta paradoja que entra casi en el misterio.
Curiosamente ese elixir de vida y salud solo se produce con plenitud en el
entorno del país de origen, hasta tal punto que hoy en día la bacteria
originaria de Bulgaria es exportada en exclusividad a algunos países como Japón
que es su principal consumidor.
Respecto a su compañero el
pepino ya estuvimos contando muchas de sus enormes ventajas en la receta de pepino de verano.
La sopa de pepino y yogur es
un plato tradicional de Turquía conocida como Cacik, aunque tiene
muchos parientes cercanos en Grecia, Líbano, Bulgaria incluso en la India.
Podríamos hablar de toda el
área de influencia de la gastronomía del yogur.
Nuestra receta se ciñe a la
receta popular con alguna modificación en el aderezo, aunque se trata de una
comida que nos permite cierta creatividad.
El contraste de sabores que
acompañan a la textura del yogur batido puede resultar sugerente para nuestra
curiosidad gastronómica y tentarnos hacia nuevos matices de sabor interesantes.
Necesitamos algunos pepinos,
yogur
natural de cierta calidad, a ser posible con toda su materia grasa.
Este ingrediente es bastante
importante por la textura y el sabor en el resultado final y es responsable de
catalizar la fama de indigesto de su compañero de receta.
La proporción tiene también cierta
importancia es conveniente que el yogur resulte abundante, de hecho en la
receta original la cantidad de yogur iguala a la de pepino.
Por daros una sugerencia,
por 1 kg de pepinos debemos utilizar no menos de 250 g de yogur, si aumentáis
la proporción la sopa resultara más sustanciosa con las correspondientes
contraindicaciones de sobrepeso.
Como aderezo ajo,
sal, aceite y algo de comino en sustitución al eneldo
utilizado habitualmente en Turquía.
Delantal.
Pelamos los pepinos y
partimos en trozos no muy grandes despreciando el corazón con las pepitas.
Maceramos con
sal
y un poco de limón.
Necesitamos una procesadora.
Añadimos el pepino, el yogur, un diente de ajo, el comino,
algo de sal, pimienta negra molida y una buena
cantidad de aceite de oliva.
Podemos añadir un poco de cebolleta que nos ayudara a apreciar el sabor del pepino.
Para facilitar la mezcla
necesitamos agua clara.
La proporción depende del resultado, es una crema
que debe resultar algo espesa.
Trituramos muy bien,
debe emulsionarse el aceite con la grasa del yogur. Llegaremos a una crema
homogénea de una agradable color blanco ligeramente verdoso.
Corregimos la sal y el agua.
Este es el momento de tener
cierta creatividad relativa al aderezo dependiendo de nuestra comida.
Podemos pensar en un ligero
toque de curry y algunas almendras crudas añadidas a los ingredientes.
Debemos conservar en frío durante
algún tiempo, su maceración mejora con el reposo.
The End.
Servir esta deliciosa crema
fría nos permite seguir con nuestra creatividad añadiendo trozos de pepino
pequeños, algún aceite aromatizado, menta picada, algo de pan frito, uvas o
pasas…
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